El mundo entero está lleno de colombianos que siguiendo sus sueños se han ido a buscar un mejor futuro para ellos y sus familias; sin ir tan lejos, los tulueños habitan muchas ciudades en el mundo. Este es el caso de “Fabio”, un hijo de Tuluá que lleva cerca de 18 años en Estados Unidos junto a su esposa e hijos, hace pocos días se encuentra de visita por la ciudad pasando vacaciones y visitando a su familia quien lo ha recibido muy bien.
Don Fabio nos cuenta como era la Tuluá de antes, “Tuluá era una ciudad muy pequeña, donde se encontraban todos los vendedores de mercado de los corregimientos y veredas aledañas, habían muchos paisas que se iban internando en los mercados y abriendo sus propios negocios al ver esta plaza tan buena para el comercio”. Andando por las calles de Tuluá, se ha dado cuenta de que la ciudad ha crecido enormemente, empezando por la zona centro, pasando por los hospitales y clínicas que acá se encuentran. Se llega la noche y como es de esperarse, sale a comer a un centro comercial, a distraerse, y a “entretener la vista” como él jocosamente dice al ver las mujeres tulueñas.
Pasa de la comida, a tomarse unos traguitos en uno de los bares de la ciudad, mientras sigue aterrado de cómo ha cambiado Tuluá en tantos años que él ha estado lejos. Cuenta también, que cuando él estaba más “pelao”, se iba con unos vecinos que tenía cuando vivía en el barrio Fátima, a la orilla del río cada vez que llovía a recoger los palos de los árboles que bajaban por ahí, e iba a venderlos donde las señoras que hacían los sancochos en fogón de leña, que a pesar que no era mucho lo que le pagaban, lo hacía por la diversión y atracción que les generaba hacer estas actividades.
Pasa de la comida, a tomarse unos traguitos en uno de los bares de la ciudad, mientras sigue aterrado de cómo ha cambiado Tuluá en tantos años que él ha estado lejos. Cuenta también, que cuando él estaba más “pelao”, se iba con unos vecinos que tenía cuando vivía en el barrio Fátima, a la orilla del río cada vez que llovía a recoger los palos de los árboles que bajaban por ahí, e iba a venderlos donde las señoras que hacían los sancochos en fogón de leña, que a pesar que no era mucho lo que le pagaban, lo hacía por la diversión y atracción que les generaba hacer estas actividades.
Cada año a Tuluá llegan muchas personas del mundo, familiares, turistas o comerciantes, los cuales siempre se van de la ciudad con una imagen positiva de ella, pues se encuentran con una ciudad muy tranquila, donde la gente es muy amistosa y servicial, quedan amañados y sorprendidos y con miras a volver al Corazón del Valle.
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